El Musée du Louvre de París nos muestra en una exposición monográfica la obra de Eugène Delacroix (1798-1863). Hasta el 23 de julio se podrá disfrutar de una de las muestras más importantes del pintor del romanticismo francés más importante; la prematura muerte de Théodore Géricault y el exilio de Jacques-Louis David le otorgan el puesto de jefe de filas de la pintura francesa de un periodo convulso, políticamente hablando, tras el final del imperio napoleónico. Desde el cien aniversario de su muerte en el año 1863 no se podía disfrutar de una recopilación de más de doscientas obras sobre el conjunto de su trayectoria
La trayectoria de Delacroix es conocida de manera fragmentaria, la primera década de su carrera fue en la que creó los cuadros por los que hoy es mundialmente conocido y que adquirió el Estado francés tras su paso por los salones oficiales: “La barca de Dante”, “La matanza de Quíos”, o “La libertad guiando al pueblo”;
Esta última, “La Libertad guiando al pueblo (Le 28 Julliet: La Liberté guidant le peuple)”, de 1830, es la más conocida y muestra la imagen alegórica y sensual de una mujer que muestra sin pudor sus pechos y con una mano eleva la bandera tricolor y con la otra un fusil; eran momentos de insurrección que justificaban la muerte de quienes no se atrevieron a pensar por sí mismos, en este caso son los cadáveres de los soldados del Rey. Mirando de frente el cuadro, a la izquierda de la Marianne aparece un personaje elegantemente ataviado con un sombrero de copa, muy activo en la lucha; este personaje es un autorretrato del artista, que con esta obra quiso mostrar su intención de luchar por la patria en las barricadas en aquellas jornadas de Julio de 1830. Un niño a la derecha de la diosa, con dos pistolas y también muy energético, simboliza el futuro, el crecimiento de un derecho fundamental del pueblo trabajador, dar su opinión, mostrarse activo ante la toma de decisiones, participar activamente en el progreso social.
Charles Baudelaire fue uno de sus mayores admiradores. Le menciona como excelente dibujante, prodigioso colorista, de composición ardiente, que elige temas de solidez filosófica, ligereza espiritual y entusiasmo. Pero en la segunda mitad de su carrera comienza a pintar composiciones extrañas e impropias: temas florales tétricos, duelos ecuestres, pinturas religiosas patéticas; adopta una vía experimental incomprensible, parece que en palabras textuales del maestro su misión consistía en enfrentarse a la infernal comodidad que le proporcionaba la brocha.
Varios artistas son incoherente en diversas etapas de su devenir pictórico, Picasso fue uno de ellos. Delacroix desprecia a los pintores contemporáneos realista de una generación más joven como a Gustave Courbet, dice que crean obras vulgares e inútiles. Quizá este desprecio a lo nuevo, al compromiso del artista con su tiempo político e ideológico, a la falta de idealización académica, sentenció esa evolución nefasta de Delacroix y le catapultó a producir una pintura que significaba lo contrario de lo que se esperaba de él. Toda esa trayectoria se puede vislumbrar en la muestra, una excusa más para ir a París.
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