Es sin duda el protagonista de la oferta expositiva estival del Museo del Prado, y una de las mejores ofertas culturales que ofrece Madrid a sus visitantes para este verano; nos referimos a “Lorenzo Lotto. Retratos”, que se inauguró ayer y estará abierta hasta el 30 de septiembre.
“Lorenzo Lotto. Retratos” está coorganizada entre el Museo del Prado y la National Gallery de Londres y comisariada por Enrico Maria dal Pozzolo, de la Universidad de Verona, y Miguel Falomir, director del Museo del Prado. Se trata de la primera gran exposición monográfica dedicada a los retratos de Lorenzo Lotto (Venecia, hacia 1480 – Loreto, 1556), uno de los artistas más fascinantes y singulares del Cinquecento italiano, y se compone de treinta y ocho pinturas, diez dibujos, una estampa, así como una quincena de esculturas y objetos similares a los representados en los retratos, reflejo de la cultura material de su época.
Las obras han sido cedidas por distintas entidades internacionales como el Metropolitan Museum de Arte de Nueva York, la National Gallery de Washington, la Galería de la Academia de Venecia, el Rijksmuseum de Ámsterdam, el British y la National Gallery de Londres o el Museo Thyssen de Madrid, entre otros.
Lorenzo Lotto fue uno de los más grandes retratistas del Renacimiento por la variedad de tipologías que empleó, el simbolismo de sus retratos, la profundidad psicológica que imprimió a los modelos, o la importancia que otorgó a los objetos para definir el estatus, las aficiones y las aspiraciones de sus efigiados. La intensidad de sus retratos y la variedad y sofisticación de los recursos plásticos e intelectuales que incorporan hicieron de Lotto el primer retratista moderno.
Un claro ejemplo de la profundidad psicológica de sus retrato lo tenemos en la obra “Retrato triple de un orfebre”, datado hacia 1525 -1535, en la que el retratado aparece tres veces, dos de perfil y una de frente, con la misma postura y gesto adusto, y con una ligera descompensación en la simetría ya que el de la izquierda es un perfil exacto, mientras que el de la derecha está algo más vuelto de espaldas, de forma que podamos verle la nuca. Quizás la razón por la que lo hizo fuese para mostrar la capacidad de la pintura para representar las tres dimensiones, particularidad evidente en la escultura, y aportase así su propio punto de vista sobre la eterna discusión de aquella época sobre el orden de las artes, el Paragone.
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