Hay cuadros ante los que algún día nos encontraremos y tendremos miedo a sufrir el El síndrome de Stendhal. Ello nos puede pasar ante esta obra de Jacques-Louis David (1748-1825) “La muerte de Marat” pintada en 1793.
Qué momento debió de vivir Francia en 1789 en plena Revolución y qué terrible debió de ser la época del terror, fue un cambio de ciclo que trajo consigo una modernidad en el enfoque de vida del que ahora, como herederos de aquellos tiempos, disfrutamos. La obra muestra al periodista radical Jean-Paul Marat en su bañera, acaba de ser asesinado por Charlotte Corday, él pertenecía al diario El amigo del pueblo y estaba muy cerca de la fracción jacobina durante el reinado de El Terror. La asesina exaltada y obsesionada con las crónicas de Marat, le hicieron recorrer toda Francia para darle muerte con su cuchillo, fue recibida por éste con el motivo de que iba a entregarle un listado de los enemigos de Francia, pero sus intenciones eran acabar con él, Charlotte pertenecía a la facción girondina más moderada. David, el pintor, era íntimo amigo de Marat y seguidor de Robespierre y los jacobinos. El asesinato de este hombre debió suponer una conmoción por su protagonismo social, tantos periodistas asesinados en la historia….
No es motivo de este texto analizar ese momento de la historia, pero sí la iconografía de la obra. Marat acaba de recibir una puñalada de la traidora que le ha provocado la muerte, la herida abierta bajo su clavícula todavía sangra; su rostro, idealizado y rejuvenecido desvanece en su último aliento y lánguido deja caer ese brazo tan propio de obras de iconografía cristiana, como el brazo de Cristo en el descendimiento. Marat está en la bañera, sufría un problema crónico de piel y necesitaba aliviarse con baños, estaba trabajando, tenía un pupitre de madera que le permitía seguir redactando en un ceremonial tan íntimo; es una composición simple, austera, quizá algo idealizada con esa luz blanquecina que cruza la escena y evoca un final en paz. Los elementos que yacen en el suelo recuerdan a los instrumentos de la Pasión de Cristo no son la corona de espinas, ni los clavos de la cruz, sino una carta en manos del periodista, una pluma que sujeta en su otra mano y el cuchillo o arma homicida. Parece una escena mística más que un suceso delictivo. Estaba en la intención de David, asociar el tema con la Pasión cristiana.
La obra causó un gran impacto y fue motivo de varias copias, aunque los acontecimientos posteriores la relegaron al olvido, como tantos otros casos, Charles Baudelaire en el siglo XIX o Peter Weiss en el XX contribuyeron a su revaloración en el tiempo presente. El original se exhibe en Bélgica, un motivo más para visitar tierras del Norte.